
Robin Hood Gardens. Londres. 1969-1972. Alison y Peter Smithson *
Cuando hablamos de las dimensiones que definen la arquitectura lo primero que le vendrá a la cabeza a la mayoría de la gente son sus dimensiones espaciales. Esto es algo, digamos, básico. Cualquiera sabe, incluido el cliente que trae un plano de su casa ideal sobre una hoja cuadriculada de libreta, que con solo dos dimensiones es posible representar la arquitectura. Y a nadie se le escapa que introduciendo una tercera dimensión obtenemos una representación espacial, que tradicionalmente definimos con los ejes “x,y,z”. Hasta aquí nada nuevo.
Cuando entramos en la escuela y empezamos a cursar las asignaturas de proyectos nos enseñan que la arquitectura no tiene solo tres dimensiones asociadas. Existe una cuarta dimensión: el tiempo. Este aspecto es muy relevante en la arquitectura. Si hablamos de tiempo en sentido atmosférico, sabemos que un edificio se percibe de forma diferente según la hora y la época del año en que lo observamos. En cambio, si nos referimos al tiempo como magnitud física, estamos ante el juez más implacable de la arquitectura. El paso del tiempo modifica la arquitectura, así como los hábitos de las personas, y supone el baremo definitivo para discernir la calidad de una obra.
Pero la arquitectura tiene una dimensión más, una quinta dimensión. Quizá la más importante y, a menudo, la más olvidada: la dimensión social. No hay que pasar por alto que cuando proyectamos lo hacemos para la gente. Cualquier cosa que un arquitecto diseñe influirá en las personas de su entorno. Bien sea un gran espacio que acoge a multitudes como una simple ventana que enmarca una vista.

Playgrounds. Amnsterdam. 1947-1978. Aldo Van Eyck
Esto es algo que también se enseña en las escuelas de arquitectura, aunque a veces pasa un poco de soslayo. O bien nos dejamos engatusar con imágenes impactantes de proyectos súper innovadores y nos quedamos en la superficie. Nos olvidamos de rascar para ver la verdadera esencia de un proyecto.
No tenemos más remedio que convivir con la arquitectura. Con toda, la buena y mala. La responsabilidad de un arquitecto es enorme. Tenemos la capacidad de crear espacios agradables para las personas pero también somos capaces de hacer verdaderas trampas mortales. Supongo que a veces sin querer y otras por presiones de tipo económico o político. O quizá por simple negligencia. Me estoy refiriendo, como no, a la fatídica deriva urbanística de los últimos años y su amplia colección de rotondas bizarras.
En definitiva, creo que la arquitectura es un agente social capaz de influir, para bien o para mal, en los modos de habitar de las personas. Un arquitecto tiene un gran poder y, por tanto, una gran responsabilidad. Y no es que seamos superhéroes, pero sí que tenemos la capacidad de hacer a las personas más felices creando espacios agradables y de calidad o, por el contrario, sumirlas en una profunda depresión (a lo mejor exagero un poco pero mirad los anuncios de los portales de alquiler de pisos y me entenderéis).
* Actualmente, el conjunto habitacional, proyecto emblemático de los Smithson y de la arquitectura brutalista, se encuentra en inminente peligro de desaparecer. En poco tiempo será demolido para dejar paso al Blackwall Reach Regeneration Project.